De las patologías osteomusculares más incapacitantes están las protrusiones cervicales, causantes de mucho dolor crónico y en los casos severos, pérdida de movilidad o sensibilidad en brazos y hombros.
Antes de definir esta patología es importante recordar la anatomía de los discos intervertebrales. Estas estructuras tienen una importante función: unir una vértebra con otra de manera firme y segura, permitiendo el movimiento y la amortiguación y distribución del peso corporal cuando estamos de pie, por ejemplo.
Cada disco intervertebral se compone de dos elementos: un anillo fibroso, externo y altamente resistente que engloba una porción interna, el núcleo pulposo, conformado por una matriz gelatinosa de cartílago.
El cuello es una de las porciones más móviles de toda la columna, sostiene la cabeza y permite una gran amplitud de movimientos, y por ello, está sometido a grandes tensiones (si se hace un mal uso) y es sensible a lesiones.
En algunas ocasiones, alguno de los 8 discos intervertebrales de la columna cervical puede abombarse, y dilatarse sin romperse, hasta comprimir las delicadas estructuras nerviosas que lo circundan: la médula espinal y las raíces nerviosas del tronco y las extremidades superiores.
Casi siempre, los discos cervicales abombados se originan con el proceso de envejecimiento por una disminución crónica del contenido de agua en el tejido cartilaginoso, lo que lo favorece la debilitación del anillo fibroso y su salida al canal medular, ocasionando estrechamiento y compresión nerviosa.
Evidentemente, esto se agrava cuando la persona toma menos agua de la que debería en un día (8 vasos, como mínimo).
En el principio, el padecimiento puede pasar desapercibido porque, aun habiendo protrusión del disco, puede no haber compresión nerviosa y por ende, molestias o dolor.
Cuando el dolor aparece, es porque el disco se volvió más frágil y se abultó.
El diagnóstico consiste en una adecuada entrevista médica en la que se recaben datos importantes sobre el paciente: características y duración del dolor, antecedentes de enfermedades previas, estilos de vida, actividades que desempeña, etc.
Además, el médico evaluará la movilidad articular del cuello, los sitios de dolor y la posible ubicación de la lesión. Pero el diagnóstico no estará completado hasta que se realice una imagen de resonancia magnética, para examinar el grado de compresión nerviosa.
Cuando la protrusión apenas está comenzando, el dolor se trata con analgésicos y antiinflamatorios. Estos ayudan a disminuir las molestias en el cuello y a mantener la movilidad (muchos pacientes, ante el más mínimo dolor se paralizan y contraen excesivamente los músculos del cuello, generando espasmos).
Los espasmos musculares se pueden tratar con medicamentos relajantes musculares, inyectados directamente en la zona afectada. Disminuyendo así la tensión en el cuello y facilitando la movilidad.
Acompañando a los medicamentos, las terapias físicas y los masajes han mostrado buenos resultados.
En caso de haber parálisis muscular o pérdida de sensibilidad, el tratamiento consiste en cirugía de cervical. En esta cirugía se repara el defecto anatómico y se liberan las estructuras comprimidas.
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Instituto Francés de Columna Biziondo